Jorge Alberto Gudiño Hernández
30/10/2021 - 12:05 am
Incluso teniendo razón
"Sabemos que existen movimientos antivacunas cada vez con mayor fuerza. Ahora, para sus plácemes, ya tienen un eslogan en su haber. Y no cualquiera, uno dicho por un Secretario de Salud experto en el tema. ‘A mis nietos no los vacuno’"
Como todos, soy ignorante de la mayoría de las cosas. Por eso, cuando tengo necesidad de entender algo o de tomar una decisión sobre un tema del que sé poco, intento informarme. Este proceso abreva de varias fuentes. A veces, basta con buscar un poco y leer algo más. Otras, sin embargo, me obligan a solicitar la ayuda de un especialista. Sucede en los temas más diversos. Incapaz de descubrir las razones que provocan un ruido en mi coche, acudo a un taller mecánico. Cuando un error inesperado aparece en mi computadora, busco en Internet. Si alguien de la familia enferma, hacemos cita con el doctor. El día en que encontramos una fuga bajo el lavabo, llamamos al plomero. Estos ejemplos son claros: incapaces de resolver todos los problemas, recurrimos a especialistas que nos ayuden a entenderlos o a solucionarlos.
Confieso que, a lo largo del último año y medio, ningún problema me ha ocupado más que el de la COVID (algo que, supongo, le ha ocurrido a muchas personas). Desde el principio de la pandemia he leído cuanto ha estado a mi alcance para intentar entender y para fundar algunas esperanzas. No soy médico ni genetista y mis conocimientos de bioquímica son casi nulos. Así que es probable que no haya entendido gran parte de lo leído. Lo acepto y lo asumo. Pese a ello, desde hace 18 meses no he dejado de pensar en las vacunas. Desde mis limitaciones, no se me ocurre ninguna política pública en términos de salud más poderosa que las diferentes campañas de vacunación a lo largo de la historia de la humanidad.
Así que cuando se anunciaron las primeras vacunas sentí que comenzaba el buen camino. Nunca dudé, cuando mis hijos nacieron, sobre la pertinencia de vacunarlos. Los llevamos a sus citas pediátricas con una puntualidad exagerada y, a cada llanto por la aguja entrando en su piel, nos sentimos más tranquilos. Incluso con sus reacciones. Por eso, cuando le llegó el turno a los abuelos, compartimos un alivio inmenso. Después, cuando nos tocó a nosotros, también respiramos con mayor profundidad. Quedaban pendientes los niños.
Por esas fechas iniciaron las extrañas campañas gubernamentales para intentar justificar algo absurdo: no vacunar a la franja poblacional comprendida entre los 12 y los 18 años. Aunque López-Gatell ha dado explicaciones al respecto, basta ser un poco analítico de sus decires para saber que no cuenta con la más mínima credibilidad. Así que no nos dejamos embrollar por su retórica caduca. Las cosas, sin embargo, no pararon ahí. Sin ir más lejos, esta semana el Secretario de Salud, Jorge Alcocer, declaró lo siguiente: “Científicamente los niños tienen un sistema inmunológico de maravilla, comparado con las fases posteriores en el desarrollo de su vida, y ¿cómo vamos a entorpecer ese aprendizaje de su sistema inmunológico, de sus células que nos defienden en toda nuestra vida, con una llegada de una estructura inorgánica, como es una vacuna? A mis nietos no los vacuno”.
Uf. Mi primera reacción fue descalificarlo. Sin embargo, es en doctor experto en inmunología. Reconozco que sabe mucho más que yo del tema. ¿Debo, entonces, dar por válida su aseveración? Es decir, ¿aceptar que los niños no deben ser vacunados porque eso interfiere en el desarrollo de su sistema inmunológico? No suena bien, la verdad. ¿Acaso la mayoría de las vacunas que se nos aplican a lo largo de nuestras vidas no son, justamente, durante la infancia? Intenté pensar un poco más. En una de ésas (supuse, sin conceder) se refiere solamente a la vacuna de la COVID porque funciona de forma diferente a las demás. Ok. Pensemos que ése era el argumento (estoy casi seguro de que no). El problema es que no fue eso lo que dijo.
Dijo que no se debe vacunar a los niños, que él no vacunaría a sus nietos. Eso dijo. No especificó más. Y, la frase, además, ha dado vueltas en la prensa. Así: “A mis nietos no los vacuno”. Dicho por el Secretario de Salud. “A mis nietos no los vacuno”. Sostuvo el experto en inmunología. “A mis nietos no los vacuno”, dijo, y yo, sinceramente, espero que esa frase, que esas seis palabras e, incluso, las anteriores en las que elabora una explicación incompleta, no consigan disuadir a ningún padre de vacunar a sus hijos de ninguna de las vacunas disponibles.
Sabemos que existen movimientos antivacunas cada vez con mayor fuerza. Ahora, para sus plácemes, ya tienen un eslogan en su haber. Y no cualquiera, uno dicho por un Secretario de Salud experto en el tema. “A mis nietos no los vacuno” y el argumento previo son, sin duda, una irresponsabilidad mayúscula en medio de un escenario que, hoy más que nunca, resulta catastrófico y que, por simple contraste, sucede días antes de la aprobación de la vacuna Pfizer a niños de entre 5 y 12 años en Estados Unidos.
A veces sucede que uno desconoce un tema. También que, en consecuencia, pide ayuda, intenta informarse, acude a un experto. La experiencia, el criterio y lo poco que uno sabe nos permiten discernir entre ellos. No bastan los títulos ni los cargos. Es necesario buscar muchas opiniones y fuentes cuando sospechamos del absurdo.
Incluso teniendo razón, cosa improbable, el Secretario de Salud no debió haber dicho lo que dijo.
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